Las catedrales eran todo un mundo. Con cárcel, el coro, los canónigos controlados por el obispo para que no se escaquearan, un encargado de espantar a los perros que se colaban dentro, gente cargada con leña o sacos que acortaban su camino atravesándola, el gran espectáculo del transporte e izado de la campana gorda ...
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